La Radio del Gato

viernes, 24 de junio de 2011

Alfredo Mario Ferreiro (1899 - 1959)

El único futurista 
Por Jorge Luis Borges

Este libro no es un libro de felicidad, sino de alegría. Yo creo interesarme mucho en la felicidad y muchísimo menos en la alegría, ya que soy poseedor frecuente de esta última y no de la primera. Esta mínima salvedad personal no es para desentenderme de los aciertos que hay en El hombre que se comió un autobús: es una confesión de distancia.
Alfredo Mario Ferreiro es el único futurista que he conocido. No es como el orador itálico Marinetti, un declamador de las máquinas ni un dominado por su envión o su rapidez; es un hombre que se alegra de que haya máquinas. También de que haya viento y potros y vidas. Es decir, la realidad le da gusto.
Copio algunas de las acertadas que hay en sus versos:



¡Qué idea de reposo daría un rascacielo acostado en el suelo!

Potros
Pedacitos de escudo nacional
Bellaqueando como una bandera

Y éstas, de una agradabilísima composición sobre Buenos Aires, que registra lo que puede ver, humanamente, un recién venido:

Lavalle, Libertad, calles del ¿qui mi cointas?
Calles donde Lajandros te despoja del saco
Y te ofrece unas guitas por el par de botines ...
Una ciudad abombada por el ruido continuo,
Con unos hombres grises y un cielo entrecolor;
con unas chimeneas hartas de tanto humo,
Unos taxis cansados de las calles tan largas
Y unos "chorros" de estirpe, gloria de la Nación.

Estos incidentes -como otros incidentes no desdeñables- sólo nos da un minuto de placer, pero no los dan.
Adiós a mi ropero, es otro de los méritos de este libro, pero como su valía no es de acertadas, no trascribié nada de él.
Ferreiro hombre no es menos diablo que Ferreiro escritor. Así me lo dijo la voz más apasionada de Buenos aires, una voz a la que deberíamos creerle todo, hasta cuando nos dice versos con cisnes: la voz riquísima en fervor, de Wally.

En Síntesis, Buenos Aires, Nº 6, noviembre de 1927.





Poemas de Alfredo Mario Ferreiro


El dolor de ser Ford


¡Qué dolor debe dar
ser siempre Ford!

Ser Ford...
Y no ser un alado Packard,
un soberbio Lincoln,
un trompudo Renault,
o un ancho Cadillac.

Ser Ford,
ser siempre hojalata.

Y que todos digan:
-ahí va un Ford. Como quien dice:
-Ahí va un cualquiera.

¡Y saber en lo íntimo
de las bujías y del carburador,
que se es automóvil como los otros autos,
y, a lo mejor, mejor!...




Máquinas de sumar
De Se ruega no dar la mano, 1930


Las máquinas de sumar
toman tabaco de números.

Lo pican,
lo mascan,
lo ponen sobre la hojilla larga
del carretel perezoso;

y se hacen un tremendo cigarro,
encendido a ratos
por la chispa roja
de las sumas totales.

Cenizas de sumitas parciales;
y humo de intereses
para todos los clientes del Banco.

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